MALOS SUEÑOS DEL NORTE
Por: B.O.C.
Hace muchos años, creo que por los años ochenta, mi inquietud por conocer
el mentado “sueño americano” me hizo abandonar mis estudios en Instituto Tecnológico
de Durango (ITD), una lamentable decisión que tomé en su momento, pero era más
poderosa el ansia de aventurarme a lo que decían era el mundo ideal y lleno de
oportunidades.
Un día cualquiera pedí apoyo a mi hermano para que me ayudara a pasar “al
otro lado”. Él me dijo que sí, pero no muy convencido de la decisión que yo
estaba tomando y me hizo algunas advertencias de que en EUA la vida no era nada
fácil. En fin, salí de Durango, no recuerdo la fecha.
Tenía esposa y un hijo de un año quienes se reunirían conmigo después. El
viaje era a Tijuana por donde cruzaría “al otro lado”. Llegué ahí por la mañana,
me comuniqué con mi hermano para avisarle que ya estaba en Tijuana y para que
mandara a la persona que se encargaría de pasarme. Y sí, como a eso de las diez
de la noche llegó un hombre quien me llevó a un hotel no muy agradable (supongo
que estaba en el centro de la ciudad) donde ya esperaban otras siete personas con
quienes integraríamos el grupo que pasaría “al otro lado”.
Creo que eran como las once de la noche cuando nos subieron a una ”combi” y
nos llevaron tal vez como a unos diez kilómetros de las afueras de Tijuana. Nos
bajaron a unos metros de “la línea”, es decir, de un cerco de alambre de púas
que no costaba ningún trabajo brincarlo. “El coyote” nos dijo que caminaríamos
muy poco y eso me confortó un poco porque estaba seguro de que si caminábamos
poco habría más posibilidades de lograr pasar sin ser descubiertos por la migra…,
bueno eso era lo que yo creía.
Con nosotros viajaba una mujer joven, muy bonita por cierto. El grupo estaba
integrado por algunos chavos de otras nacionalidades: El Salvador, Honduras, y hasta
un cubano que no dejaba de hablar en ningún momento. “El coyote” nos dijo que
nos mantuviéramos en silencio todo el tiempo.
Caminamos por un lugar plano, yo creo que como unos cuatrocientos metros,
luego empezamos a subir un cerro, estaba un poco obscuro pero se podían
distinguir las veredas que supongo “el coyote” conocía muy bien ya que no
dudaba al seguir alguna. Caminábamos en fila, “el coyote” la encabezaba, la
muchacha lo seguía y yo era el último.
A pesar de que nos dijeron que teníamos que ir en silencio casi ninguno
hizo caso, aunque en voz media baja al cubano no le paraba la boca, y los demás
le seguían la corriente. Hablaban de la muchacha quien se mantenía en silencio
y un poco nerviosa. Seguimos caminando, subiendo y bajando cerros con arbustos,
unos chicos y otros más altos. Yo creo que como a eso de las dos de la mañana
tomamos el primer descanso en un lugar que por su aspecto era utilizado para
ese fin, yo podía ver muchos envases de plástico vacíos, ropa interior colgada
en los arbustos.
En ese lugar me llevé mi primera decepción del “sueño americano”. “El
coyote” empezó a buscar plática con la muchacha quien, como dije antes, se
sentía incomoda e insegura con el grupo de hombres. Y tenía razón, ella sentía
la mirada acosadora de algunos de los del grupo, pero todo estaba en aparente
calma cuando escuché que la chica decía que no de manera un poco fuerte. Yo era
el último de la fila, estaba a más de diez metros del primero que era “el
coyote”, lo cual no me permitían escuchar de qué hablaban. Algunos reían, la muchacha
de pronto se paró y trató de correr. Ahí me di cuenta de lo que estaba pasando:
“el coyote” y dos más corrieron tras la muchacha y le dieron alcance a unos
cuantos metros. Los que estábamos atrás nos quedamos solo viendo y preguntándonos
qué sucedía. La muchacha ya gritaba muy fuerte y algunos sabíamos que esos
gritos podían escucharlos los de “la migra”. Dos muchachos y yo corrimos en
sentido contrario de donde “el coyote” y los otros dos trataban de violar a la
muchacha, luego llegó con nosotros otro chavo y nos dijo que no podíamos
permitir que violaran a la muchacha. Estábamos confundidos, bueno por lo menos
yo sí, y no sabía qué hacer: si seguir corriendo o hacerle caso a quien nos
decía que regresáramos a defender a la muchacha. Nosotros ya estábamos como a
cien metros y los gritos de la muchacha se escuchaban muy fuertes aun en la
distancia. El muchacho tenía razón: teníamos que regresar y enfrentar a los
tres que trataban de tener a la chica, y así con la misma velocidad que nos
retiramos, así regresamos.
Al llegar pude ver a la muchacha ya desnuda, y también pude ver esa mirada
que imploraba ayuda, mirada que nunca olvidaré. Ella sabía o presentía que
nuestro regreso era su salvación. Uno de los que regresamos le pegó “al coyote”,
y nosotros a los otros dos ya que estaban descuidados agarrando a la muchacha,
pero luego se recuperaron y empezó el pleito, un buen pleito que duró un largo
rato, pero éramos cuatro contra tres, y
al cabo de muchos golpes decidieron parar, la mayoría llenos de sangre,
incluido yo. Nos empezamos a separar, cuatro y la muchacha nos mantuvimos a la
defensiva por un buen rato. Pero que
pasaría ahora si “el coyote” era nuestro guía en un monte de muchas veredas,
¿nos abandonaría? Eso nos preguntábamos. Al fin de cuentas eso ya no me
importaba, es más hasta quería que eso sucediera porque a mí se me hacía muy
peligroso seguir viajando con ellos y sabía que al amanecer “la migra” nos
atraparía, que desde mi punto de vista era mejor a seguir poniendo en riesgo
nuestra vida y la de la muchacha, pasaron varios minutos, no sé cuántos, a mí
me parecieron horas ya que también me dolía mucho el abdomen por los golpes
recibidos. “El coyote” se acercó y nos dijo que continuaríamos y se volvió a
hacer la fila. Ahora la muchacha estaba delante de mí, yo seguía hasta mero
atrás.
Caminamos y caminamos. Entre las cuatro y cinco “el coyote” dijo que
descansaríamos nuevamente, y así lo hicimos pero un poco retirados un grupo de
él otro. Ahí hablábamos en voz baja sobre el incidente anterior y estábamos muy
alerta no de “la migra” sino de los tres que habían agredido a la muchacha,
ella seguía nerviosa y llorando aunque no la había lastimado físicamente. Se
sentía segura en nuestro grupo, eso me decía. Yo me preguntaba: “así será
siempre que pasa una mujer”, no lo podía creer, me parecía una pesadilla, pero
era la realidad. Vimos que “el coyote” nos hacía señas que había que seguir y
así lo hicimos. No sé qué horas serían pero empezaba a amanecer y escuchamos el
inconfundible ruido de un helicóptero, nos protegimos bajo los arbustos, el helicóptero
pasó sobre nosotros, pero el coyote dijo que no nos había visto, nosotros le
creímos y seguimos. No pasaron ni treinta minutos cuando tuve la sensación de
que alguien caminaba atrás de mí, como dije antes: yo era el último. Al voltear
vi que detrás de mí estaba un agente de migración quien me hizo una seña de que
guardara silencio. Yo sabía que ya no teníamos ni para dónde hacernos. Caminamos
todavía como unos setecientos metros o más con el hombre de uniforme verde a
mis espaldas, luego, de pronto, sale al frente un grupo de agentes de
migración, “el coyote” dijo que corriéramos hacia atrás, pero él no sabía que
también atrás teníamos compañía. Todo estaba perdido.
Poco más adelante, en un lugar muy despejado, solamente había un árbol
grande, nos reunieron, y como la mayoría teníamos sangre nos interrogaron para
saber qué había ocurrido, todos dijimos lo que había pasado. Pensé que nos
encerrarían en la cárcel por ese incidente, ya que después de haber reunido a
cerca de treinta mojados nos llevaron en grupos separados a unas oficinas que
estaban en la frontera. Yo estaba en el grupo de los cinco, contando a la
muchacha que habíamos defendido, los otros dos y “el coyote” también estaban en
esas oficinas pero aparte, vimos como a todos los que habían atrapado los
dejaron ir por un camino que conducía a Tijuana, eso ya no me gustó, casi
estaba seguro de que iríamos a prisión.
La muchacha ya tenía un buen rato en una de las oficinas, eran unos “cubículos”,
a cada uno de nosotros nos ordenaron entrar en oficinas diferentes. Ahí
nuevamente me preguntaron todo sobre los hechos, sobre la muchacha. Me tomaron
todos mis datos y mis huellas digitales.
Seguía esposado y por mi mente empezaron a correr miles de ideas: ¿Qué iba a pasar conmigo? ¿Me mandarían a la
cárcel en ese país? ¿Me mandarían a la cárcel en Tijuana? Por mi mente solo
pasaba la idea de que sería encarcelado. Me sacaron de la oficina y me dijeron
que esperara junto con “mis compañeros” de grupo. Pero que siguiéramos
esposados no me gustaba. Casi al medio día salió la muchacha de la oficina se arrimó
a nosotros y nos dijo que nos iríamos, pero seguía pasando el tiempo y nada, no
pasaba nada, seguíamos ahí sentados. Después de mucho tiempo salió una persona,
nos quitaron las esposas y nos dijeron que nos podíamos ir y nos indicaron el
camino.
Estaba muy contento “fichado en la frontera”, pero contento. Después de eso
y sin comer no sabía qué hacer, no tenía dinero, me lo quitaron “los migras”. Los
cinco estábamos ya en la línea en Tijuana. Uno de ellos le pidió dinero a una
persona para llamar por teléfono, la persona le dio unas monedas y el llamó,
nos dijo que esperáramos, que un conocido de él vendría. Al rato llego un joven
quien nos guio a un hotel donde nos trajo comida y se llevó nuestra ropa a
lavar. A mí me dijo que si quería llamar a alguien. Le dije que sí, pero con lo
ocurrido no sabía si llamarle a mi esposa para que me mandara dinero para
regresarme a Durango, o llamar a mi hermano a los Ángeles, después de un rato
decidí llamar a mi hermano. Le platiqué lo que había sucedido, y me dijo que
por la noche mandaría a otro “coyote”. Yo ya no estaba seguro de continuar. Por
la noche llegó otra persona, y a tres de los del grupo nos dijo que él nos
pasaría. Este hecho me confundió ¿por qué nada más a tres? ¿Estaríamos hablando
de la misma organización de la noche anterior?
Bueno, por esa noche “el nuevo coyote” nos llevó a un lugar despoblado,
pero en está ocasión para el lado de las playas, cerca de Tijuana, lo mismo
dijo: “caminaremos muy poco”, en esta ocasión la noche estaba muy obscura, casi
no se veía nada. Nos metió por un bosquecillo, donde pienso que pasan a muchas
personas porque “el coyote”, la muchacha y los otros dos, íbamos agarrados de
la mano por entre los arbustos. Al caminar escuchábamos murmullos de voces tal
vez de otras personas que también trataban de pasar, caminamos como diez
minutos y apareció una carretera, y luego vimos las luces como de un ranchito,
había cercos fáciles de brincar, nos acercamos a una casa la cual pasamos por
un costado, los perros ladraban, vi una gran luz que alumbraba una parte muy
pareja de tierra yo creo que la estaban preparando para sembrar o no estoy
seguro para que la usarían, era una parte pareja, como de cincuenta metros,
pero muy alumbrada por un potente reflector. Caminamos por en medio, y de
pronto vimos una patrulla de “la migra” a unos diez metros de nosotros, con las
luces apagadas, al verla nos tiramos al suelo y para sorpresa nuestra “no nos
vio” o no quisieron vernos ya que esa distancia era imposible que no se dieran
cuenta de nosotros. Al dejar esa parte alumbrada volvimos a adentrarnos en otro
bosquecillo muy obscuro.
Caminamos solamente como cincuenta metros y “el coyote” nos dijo que ahí
esperaríamos a que amaneciera para que nos recogieran. Pasamos el resto de la
noche ahí platicando muy quedito. Se fueron las horas y amaneció. Cerca de nosotros
estaba una carretera y un poblado que nos parecía muy grande, no sé cómo se
llamaría. Ahí “el coyote” nos dijo que nos despidiéramos porque ya no nos volveríamos
a ver. Nos despedimos los tres del grupo y también “del coyote” porque él se
regresaba a Tijuana. Nos dijo que pasáramos la carretera uno a uno y que en la
primer calle del pueblo habría tres camionetas
pick up que tendrían las puertas del copiloto abiertas
y que cada uno subiría a una camioneta conforme fuéramos llegando.
Llevábamos una diferencia de unos dos minutos, como siempre yo al último,
no sé por qué… Bueno, yo llegué a la que me tocaba, y sí, la puerta estaba
abierta pero también el asiento estaba echado para adelante y el conductor me
dijo que me acomodara rápido atrás del asiento. Me pareció que no cabría, era
muy reducido el espacio, sin embargo logré acomodarme rápidamente. “Mis
compañeros” viajaron de la misma forma, la camioneta arrancó y dejó ese pueblo
grande. Más adelante el conductor me dijo que le daría al asiento todo para
atrás ya que llegaríamos a San Isidro y ahí lo detendrían para revisar sus
documentos. Recuerdo perfectamente sus palabras: “si pasamos este retén ya la
hicimos.” Él le dio al asiento todo para atrás y presionó mi cabeza contra la
lámina de la cabina de la camioneta y contra el asiento, yo mido cerca de 1.80
y estaba medio enconchado atrás del asiento. Él me dijo que no fuera a hacer
ningún ruido, que estábamos por llegar. Al sentir como la camioneta se iba
parando sentí que mi corazón se aceleraba, incluso pensé que esos latidos se
escucharían hasta afuera. El conductor se detuvo totalmente y se acercó un
agente. El conductor tapaba con su brazo puesto en la ventanilla como tratando
de ocultar la parte trasera del asiento, yo pude ver de reojo al agente pero él
en ningún momento me pudo ver, el conductor le entregó sus documentos, el
agente se retiró por unos segundos y se los devolvió, algo le dijo en inglés
que yo no entendí y la camioneta se puso en marcha y el conductor me dijo: “Ya
estuvo, en el siguiente pueblo te saco de ahí.” Y sí, llegamos a otro pueblo o ciudad donde se
estacionó frente a una tienda y me sacó rápidamente y volvimos a arrancar pero
yo ya sentado en el asiento. Viajábamos por una gran autopista y en algún
momento vimos las camionetas donde viajaban “mis compañero” aunque a ellos
todavía no los sacaban de la parte de atrás del asiento. Yo estaba impresionado
por lo que veía. Después de un rato me dijo: allá es Los Ángeles, y podía ver
los grandes rascacielos, era una emoción muy grande, es más, ya estaba haciendo
planes sin saber lo que me esperaba dentro de esa gran ciudad y sus condados.
La camioneta se paró y entramos en una gran casa, ahí estaba una mujer
gorda quien me dio la bienvenida y me dijo que iríamos con mi hermano, así fue,
ella sacó de su garaje un mustang y
nos fuimos. Todo me parecía un sueño, a lo lejos reconocí a mi hermano parado
en una esquina. La señora paró su carro y le dijo: “aquí está su mercancía”. Mi
hermano me dio un gran abrazo, teníamos más de doce años que no nos veíamos.
Fue muy emotivo el encuentro, luego caminamos como media cuadra y me invitó
a que pasara a una fábrica de ropa, ahí trabajaba él, todo parecía que
funcionaba bien. Llegó la hora de la comida, no sé cómo le llamaban ellos,
total que en ese rato me presentó a algunos de sus compañeros, luego salimos a
la calle donde estaba un vehículo muy bien acondicionado para la venta de
alimentos (un food truck), con cocina
y todo, ahí comimos y todo me estaba gustando. Como el “apartamento” donde
vivía mi hermano estaba muy lejos tendría que esperar a que saliera de
trabajar, lo cual me dio tiempo de ver cómo se trabajaba en esa fábrica de ropa
y cómo se trataba a los trabajadores que en verdad no era un trato muy
agradable, se notaba, se sentía de qué manera discriminaban a la gente los
dueños de esa fábrica que eran de Perú. Mi hermano trató de presentarme con uno
de ellos pero solo me miró de arriba abajo con una expresión de desprecio, y me
dije: esto no está bien.
Como a eso de la cinco de la tarde mi hermano salió de su trabajo y yo
junto con él, era hora de ir a casa. Él me dio unas monedas para pagar el
autobús y me dijo: solo las hechas en esa maquinita, así lo hice pero el
conductor me detuvo y me decía algunas cosas que yo no entendía, mi hermano ya
había avanzado hasta casi al final del autobús y yo no sabía que contestarle al
conductor. En los escalones, detrás de mí, estaba una muchacha que me dijo que
me faltaba algunos centavos, yo le pedí que le dijera que había depositado el
importe completo, al subir la muchacha ella depositó su pasaje y ya el
conductor me dijo que pasara, bueno eso me dijo la muchacha que él había dicho,
me fui pensando muchas cosas antes de llegar al asiento donde se encontraba mi
hermano, el solo me dijo aquí la vida no es muy fácil para gente como nosotros.
Cruzamos muchas calles antes de llegar a la casa de mi hermano. Al bajar
del autobús caminamos solamente para llegar a su casa, era como un conjunto de
departamentos. Al entrar vi que se trataba de un departamento sumamente chico
porque todo estaba en el mismo lugar, es decir, la sala también servía de recámara,
y en la cocina no cabían dos personas, había también un baño, y eso era todo. Le
pregunté que si así había vivido todos los años que estuvo fuera de Durango y
me dijo que sí, que con el fin de ahorrar algunos dólares rentaba uno de esos
mini departamentos. Me pregunté en mi mente: ¿Dónde está lo que la mayoría de
indocumentados dicen: que viven con todas las comodidades. Si tan solo en la
sala de mi casa de Durango caben casi dos departamentos?
Muy bien, me dijo mi hermano, aquí no es como en México, aquí si trabajas
comes, aquí nadie te dará nada, aquí olvídate de que tus familiares te regalen
algo. Aquí tenemos muchos tíos, me dijo, pero olvídate de ellos, ninguno te
dará la mano. Esas palabras no me gustaron pero así es allá. Me dijo que él me
acomodaría en un trabajo rápidamente ya que en unos días llegarían mi esposa y
mi hijo, quienes viajarían de Durango, junto con la esposa de él, que también
pasarían de mojados. Al día siguiente mi hermano me llevó a un restaurante de “unos
amigos de él” para saber si había la
oportunidad de trabajar ahí. Y sí, me dieron trabajo. El restaurante era de
comida peruana y mi trabajo consistía en hacer el aseo y lavar los platos y
cubiertos, bueno más bien lavar todo, eso era muy fácil para mí, parecía que
estaría bien con ese trabajo. Pero algo me decía que yo no duraría mucho en los
Estados Unidos, ya que no me gustaba la idea de que me trataran tan mal, así
pasaron algunos días y las demás personas que trabajaban junto conmigo me
hacían plática de qué hacía yo en Durango y cosas de esas. Les comenté que
estudiaba en el ITD la carrera de ingeniería industrial, y por las tardes
trabajaba en lo que podía. Mi hermano sabía que la carrera que estaba
estudiando abarcaba la electrónica por lo que se encargó de decirles a sus
amigos que si algún aparato tenían descompuesto yo lo podía arreglar, y me
fueron trayendo algunos aparatos de audio que me resultó muy fácil repararlos. Todo
estaba bien con mi trabajo en el restaurante y con mis con mis extras de
reparación.
Transcurrieron los días y mi esposa y mi hijo y la esposa de mi hermano ya
estaban en Tijuana esperando pasar. Las mujeres pasarían por la línea con
documentos de otras personas, y mi hijo de la misma forma, pero todos separados.
Fue un día, ya tarde, cuando nos avisaron que ya estaban por salir para Los
Ángeles. Yo estaba preocupado ya que eso de que viajarían por separado no me
gustaba. Me angustiaba porque el niño solo tenía un año.
Pasaron las horas y se hizo de noche y no llegaban. Mi hermano me
tranquilizaba diciéndome que las personas que traerían a mi familia eran
confiables y que llegaría bien. Luego de un rato más llegó el primer carro, ahí
venía mi esposa, y lo primero que me preguntó fue que si ya habían llegado con
el niño, le dije que no. Después nos saludamos, y solo era cuestión de esperar,
decía mi hermano. Luego llegó el segundo carro, yo ansiaba que fuera el que
traía a mi hijo pero no fue así, era mi cuñada, en ese momento mi hermano le
preguntó al conductor por el tercer carro, él le contestó que ya debería de
estar aquí, salió primero que nosotros. Al escuchar eso un escalofrió recorrió
toda mi espalda y sudaba a más no poder. No deben de tardar, decía el conductor
del segundo carro, luego se retiró. Pasó más de una hora y del tercer carro ni
sus luces. Nuevamente sentía que estaba viviendo una pesadilla, mi hijo no
aparecía. Mi hermano decidió hablarle por teléfono a la persona con quien se
hicieron los arreglos de “la pasada”, era la misma mujer gorda que me había transportado.
A mí eso me tranquilizó un poco, la mujer gorda se veía buena persona. Esa
persona le dijo a mi hermano: “ya están por llegar, me hablaron de Santa Ana,
que tuvieron un contratiempo”. Mi ansiedad no tenía límites, veía luces de
algún carro y me esperanzaba, pero ninguno era. Hasta que dio vuelta un carro
que yo veía que venía muy despacio, como buscando el número de la casa. Ese
era, ese traía a mi niño que nos entregaron sano y salvo. Es inevitable no
revivir los sentimientos al relatar esto —quien tiene hijos sabe muy bien que
uno muere cien veces cerca o lejos de ellos—, hoy pienso que ni por todo el
dinero de mundo, ni por todo el oro de esa nación, volvería a poner en riesgo
la vida de mi hijo, exponerlo a que me lo roben y tampoco a exponer la integridad
de mi esposa, ni mi propia vida, solo por la ilusión de una vida mejor.
Yo regresé unos meses después a mi tierra, decepcionado de un mundo de
sufrimiento, discriminación, de explotación. Para pasar gasté más de quince mil
dólares que bien me hubieran servido para iniciar un negocio en mi tierra, Hace
mucho tiempo regresé y terminé mis estudios. Hoy en día viajo a los Estados
Unidos a visitar a familiares, viajo de manera legal porque con mis estudios fácilmente
me dieron la visa, porque ahora solo voy de vacaciones. Aunque sigo sintiendo esa misma
discriminación, será por el color de mi piel o por los nopales de mi México, no
sé por qué será. La historia es muy larga y he omitido muchos detalles por no
decir que tan mal lo tratan a uno por allá. Por eso, para mí, como México no
hay dos.