martes, 12 de mayo de 2015

Picadillo Rojo

Picadillo rojo

¡Hola! Qué les parece si hoy preparamos un platillo muy de nuestra tierra, algo picoso para la gente que gusta de sabores fuertes. Para ellos les dejo la receta para cocinar Picadillo rojo.
Ingredientes:
 1 kilo de carne molida (de res o de puerco, la de su preferencia)
4 papas grandes
6 chiles puyas
5 chiles guajillos
8 chiles de árbol
6 tomatillos milperos (del verde)
1 diente de ajo
1/4 de cebolla
Una pizca de orégano
Aceite y sal la necesaria
Preparación:
Comenzamos limpiando todos los chiles y el tomatillo para luego ponerlos sobre en un poco de agua hirviendo en una olla junto con la cebolla y el ajo, pero solo unos minutos para que se remojen y luego se puedan mezclar en la licuadora...
Seguimos con las papas: éstas se pelan y se cortan en cuadros pequeños. Antes de agregarlas a la carne se dejan en unos minutos en agua para que no se pongan de color café.
El siguiente paso a seguir es colocar en una sartén algo honda un poco de aceite y después se agrega la carne. Se le pone sal y unas tres rajitas de cebolla. Luego que la carne ya se mira de buen color y absorbió todo el jugo que suelta, se le añaden las papas picadas y el chile que para eso ya tendremos muy bien molido.
Recuerden que para evitar que se mezclen los pellejos del chile es necesario pasar el chile por un colador. A la carne, las papas y el chile les agregamos una pizca de orégano y probamos que no falte sal. Esperamos a que las papas se pongan un poco blandas.
Así terminamos este rico platillo el cual puede ir acompañado con arroz o, si lo prefieren, con él pueden rellenar unas gorditas... Provecho y hasta la próxima.

Leonor Salas Hernández

martes, 5 de mayo de 2015

MALOS SUEÑOS DEL NORTE

MALOS SUEÑOS DEL NORTE

Por: B.O.C.

Hace muchos años, creo que por los años ochenta, mi inquietud por conocer el mentado “sueño americano” me hizo abandonar mis estudios en Instituto Tecnológico de Durango (ITD), una lamentable decisión que tomé en su momento, pero era más poderosa el ansia de aventurarme a lo que decían era el mundo ideal y lleno de oportunidades.


Un día cualquiera pedí apoyo a mi hermano para que me ayudara a pasar “al otro lado”. Él me dijo que sí, pero no muy convencido de la decisión que yo estaba tomando y me hizo algunas advertencias de que en EUA la vida no era nada fácil. En fin, salí de Durango, no recuerdo la fecha.
Tenía esposa y un hijo de un año quienes se reunirían conmigo después. El viaje era a Tijuana por donde cruzaría “al otro lado”. Llegué ahí por la mañana, me comuniqué con mi hermano para avisarle que ya estaba en Tijuana y para que mandara a la persona que se encargaría de pasarme. Y sí, como a eso de las diez de la noche llegó un hombre quien me llevó a un hotel no muy agradable (supongo que estaba en el centro de la ciudad) donde ya esperaban otras siete personas con quienes integraríamos el grupo que pasaría “al otro lado”.
Creo que eran como las once de la noche cuando nos subieron a una ”combi” y nos llevaron tal vez como a unos diez kilómetros de las afueras de Tijuana. Nos bajaron a unos metros de “la línea”, es decir, de un cerco de alambre de púas que no costaba ningún trabajo brincarlo. “El coyote” nos dijo que caminaríamos muy poco y eso me confortó un poco porque estaba seguro de que si caminábamos poco habría más posibilidades de lograr pasar sin ser descubiertos por la migra…, bueno eso era lo que yo creía.
Con nosotros viajaba una mujer joven, muy bonita por cierto. El grupo estaba integrado por algunos chavos de otras nacionalidades: El Salvador, Honduras, y hasta un cubano que no dejaba de hablar en ningún momento. “El coyote” nos dijo que nos mantuviéramos en silencio todo el tiempo.
Caminamos por un lugar plano, yo creo que como unos cuatrocientos metros, luego empezamos a subir un cerro, estaba un poco obscuro pero se podían distinguir las veredas que supongo “el coyote” conocía muy bien ya que no dudaba al seguir alguna. Caminábamos en fila, “el coyote” la encabezaba, la muchacha lo seguía y yo era el último.
A pesar de que nos dijeron que teníamos que ir en silencio casi ninguno hizo caso, aunque en voz media baja al cubano no le paraba la boca, y los demás le seguían la corriente. Hablaban de la muchacha quien se mantenía en silencio y un poco nerviosa. Seguimos caminando, subiendo y bajando cerros con arbustos, unos chicos y otros más altos. Yo creo que como a eso de las dos de la mañana tomamos el primer descanso en un lugar que por su aspecto era utilizado para ese fin, yo podía ver muchos envases de plástico vacíos, ropa interior colgada en los arbustos.
En ese lugar me llevé mi primera decepción del “sueño americano”. “El coyote” empezó a buscar plática con la muchacha quien, como dije antes, se sentía incomoda e insegura con el grupo de hombres. Y tenía razón, ella sentía la mirada acosadora de algunos de los del grupo, pero todo estaba en aparente calma cuando escuché que la chica decía que no de manera un poco fuerte. Yo era el último de la fila, estaba a más de diez metros del primero que era “el coyote”, lo cual no me permitían escuchar de qué hablaban. Algunos reían, la muchacha de pronto se paró y trató de correr. Ahí me di cuenta de lo que estaba pasando: “el coyote” y dos más corrieron tras la muchacha y le dieron alcance a unos cuantos metros. Los que estábamos atrás nos quedamos solo viendo y preguntándonos qué sucedía. La muchacha ya gritaba muy fuerte y algunos sabíamos que esos gritos podían escucharlos los de “la migra”. Dos muchachos y yo corrimos en sentido contrario de donde “el coyote” y los otros dos trataban de violar a la muchacha, luego llegó con nosotros otro chavo y nos dijo que no podíamos permitir que violaran a la muchacha. Estábamos confundidos, bueno por lo menos yo sí, y no sabía qué hacer: si seguir corriendo o hacerle caso a quien nos decía que regresáramos a defender a la muchacha. Nosotros ya estábamos como a cien metros y los gritos de la muchacha se escuchaban muy fuertes aun en la distancia. El muchacho tenía razón: teníamos que regresar y enfrentar a los tres que trataban de tener a la chica, y así con la misma velocidad que nos retiramos, así regresamos.
Al llegar pude ver a la muchacha ya desnuda, y también pude ver esa mirada que imploraba ayuda, mirada que nunca olvidaré. Ella sabía o presentía que nuestro regreso era su salvación. Uno de los que regresamos le pegó “al coyote”, y nosotros a los otros dos ya que estaban descuidados agarrando a la muchacha, pero luego se recuperaron y empezó el pleito, un buen pleito que duró un largo rato, pero éramos  cuatro contra tres, y al cabo de muchos golpes decidieron parar, la mayoría llenos de sangre, incluido yo. Nos empezamos a separar, cuatro y la muchacha nos mantuvimos a la defensiva por un buen  rato. Pero que pasaría ahora si “el coyote” era nuestro guía en un monte de muchas veredas, ¿nos abandonaría? Eso nos preguntábamos. Al fin de cuentas eso ya no me importaba, es más hasta quería que eso sucediera porque a mí se me hacía muy peligroso seguir viajando con ellos y sabía que al amanecer “la migra” nos atraparía, que desde mi punto de vista era mejor a seguir poniendo en riesgo nuestra vida y la de la muchacha, pasaron varios minutos, no sé cuántos, a mí me parecieron horas ya que también me dolía mucho el abdomen por los golpes recibidos. “El coyote” se acercó y nos dijo que continuaríamos y se volvió a hacer la fila. Ahora la muchacha estaba delante de mí, yo seguía hasta mero atrás.
Caminamos y caminamos. Entre las cuatro y cinco “el coyote” dijo que descansaríamos nuevamente, y así lo hicimos pero un poco retirados un grupo de él otro. Ahí hablábamos en voz baja sobre el incidente anterior y estábamos muy alerta no de “la migra” sino de los tres que habían agredido a la muchacha, ella seguía nerviosa y llorando aunque no la había lastimado físicamente. Se sentía segura en nuestro grupo, eso me decía. Yo me preguntaba: “así será siempre que pasa una mujer”, no lo podía creer, me parecía una pesadilla, pero era la realidad. Vimos que “el coyote” nos hacía señas que había que seguir y así lo hicimos. No sé qué horas serían pero empezaba a amanecer y escuchamos el inconfundible ruido de un helicóptero, nos protegimos bajo los arbustos, el helicóptero pasó sobre nosotros, pero el coyote dijo que no nos había visto, nosotros le creímos y seguimos. No pasaron ni treinta minutos cuando tuve la sensación de que alguien caminaba atrás de mí, como dije antes: yo era el último. Al voltear vi que detrás de mí estaba un agente de migración quien me hizo una seña de que guardara silencio. Yo sabía que ya no teníamos ni para dónde hacernos. Caminamos todavía como unos setecientos metros o más con el hombre de uniforme verde a mis espaldas, luego, de pronto, sale al frente un grupo de agentes de migración, “el coyote” dijo que corriéramos hacia atrás, pero él no sabía que también atrás teníamos compañía. Todo estaba perdido.
Poco más adelante, en un lugar muy despejado, solamente había un árbol grande, nos reunieron, y como la mayoría teníamos sangre nos interrogaron para saber qué había ocurrido, todos dijimos lo que había pasado. Pensé que nos encerrarían en la cárcel por ese incidente, ya que después de haber reunido a cerca de treinta mojados nos llevaron en grupos separados a unas oficinas que estaban en la frontera. Yo estaba en el grupo de los cinco, contando a la muchacha que habíamos defendido, los otros dos y “el coyote” también estaban en esas oficinas pero aparte, vimos como a todos los que habían atrapado los dejaron ir por un camino que conducía a Tijuana, eso ya no me gustó, casi estaba seguro de que iríamos a prisión.
La muchacha ya tenía un buen rato en una de las oficinas, eran unos “cubículos”, a cada uno de nosotros nos ordenaron entrar en oficinas diferentes. Ahí nuevamente me preguntaron todo sobre los hechos, sobre la muchacha. Me tomaron todos mis datos y mis huellas digitales.
Seguía esposado y por mi mente empezaron a correr miles de ideas: ¿Qué  iba a pasar conmigo? ¿Me mandarían a la cárcel en ese país? ¿Me mandarían a la cárcel en Tijuana? Por mi mente solo pasaba la idea de que sería encarcelado. Me sacaron de la oficina y me dijeron que esperara junto con “mis compañeros” de grupo. Pero que siguiéramos esposados no me gustaba. Casi al medio día salió la muchacha de la oficina se arrimó a nosotros y nos dijo que nos iríamos, pero seguía pasando el tiempo y nada, no pasaba nada, seguíamos ahí sentados. Después de mucho tiempo salió una persona, nos quitaron las esposas y nos dijeron que nos podíamos ir y nos indicaron el camino.
Estaba muy contento “fichado en la frontera”, pero contento. Después de eso y sin comer no sabía qué hacer, no tenía dinero, me lo quitaron “los migras”. Los cinco estábamos ya en la línea en Tijuana. Uno de ellos le pidió dinero a una persona para llamar por teléfono, la persona le dio unas monedas y el llamó, nos dijo que esperáramos, que un conocido de él vendría. Al rato llego un joven quien nos guio a un hotel donde nos trajo comida y se llevó nuestra ropa a lavar. A mí me dijo que si quería llamar a alguien. Le dije que sí, pero con lo ocurrido no sabía si llamarle a mi esposa para que me mandara dinero para regresarme a Durango, o llamar a mi hermano a los Ángeles, después de un rato decidí llamar a mi hermano. Le platiqué lo que había sucedido, y me dijo que por la noche mandaría a otro “coyote”. Yo ya no estaba seguro de continuar. Por la noche llegó otra persona, y a tres de los del grupo nos dijo que él nos pasaría. Este hecho me confundió ¿por qué nada más a tres? ¿Estaríamos hablando de la misma organización de la noche anterior?
Bueno, por esa noche “el nuevo coyote” nos llevó a un lugar despoblado, pero en está ocasión para el lado de las playas, cerca de Tijuana, lo mismo dijo: “caminaremos muy poco”, en esta ocasión la noche estaba muy obscura, casi no se veía nada. Nos metió por un bosquecillo, donde pienso que pasan a muchas personas porque “el coyote”, la muchacha y los otros dos, íbamos agarrados de la mano por entre los arbustos. Al caminar escuchábamos murmullos de voces tal vez de otras personas que también trataban de pasar, caminamos como diez minutos y apareció una carretera, y luego vimos las luces como de un ranchito, había cercos fáciles de brincar, nos acercamos a una casa la cual pasamos por un costado, los perros ladraban, vi una gran luz que alumbraba una parte muy pareja de tierra yo creo que la estaban preparando para sembrar o no estoy seguro para que la usarían, era una parte pareja, como de cincuenta metros, pero muy alumbrada por un potente reflector. Caminamos por en medio, y de pronto vimos una patrulla de “la migra” a unos diez metros de nosotros, con las luces apagadas, al verla nos tiramos al suelo y para sorpresa nuestra “no nos vio” o no quisieron vernos ya que esa distancia era imposible que no se dieran cuenta de nosotros. Al dejar esa parte alumbrada volvimos a adentrarnos en otro bosquecillo muy obscuro.
Caminamos solamente como cincuenta metros y “el coyote” nos dijo que ahí esperaríamos a que amaneciera para que nos recogieran. Pasamos el resto de la noche ahí platicando muy quedito. Se fueron las horas y amaneció. Cerca de nosotros estaba una carretera y un poblado que nos parecía muy grande, no sé cómo se llamaría. Ahí “el coyote” nos dijo que nos despidiéramos porque ya no nos volveríamos a ver. Nos despedimos los tres del grupo y también “del coyote” porque él se regresaba a Tijuana. Nos dijo que pasáramos la carretera uno a uno y que en la primer calle del pueblo habría tres camionetas  pick up  que tendrían las puertas del copiloto abiertas y que cada uno subiría a una camioneta conforme fuéramos llegando.
Llevábamos una diferencia de unos dos minutos, como siempre yo al último, no sé por qué… Bueno, yo llegué a la que me tocaba, y sí, la puerta estaba abierta pero también el asiento estaba echado para adelante y el conductor me dijo que me acomodara rápido atrás del asiento. Me pareció que no cabría, era muy reducido el espacio, sin embargo logré acomodarme rápidamente. “Mis compañeros” viajaron de la misma forma, la camioneta arrancó y dejó ese pueblo grande. Más adelante el conductor me dijo que le daría al asiento todo para atrás ya que llegaríamos a San Isidro y ahí lo detendrían para revisar sus documentos. Recuerdo perfectamente sus palabras: “si pasamos este retén ya la hicimos.” Él le dio al asiento todo para atrás y presionó mi cabeza contra la lámina de la cabina de la camioneta y contra el asiento, yo mido cerca de 1.80 y estaba medio enconchado atrás del asiento. Él me dijo que no fuera a hacer ningún ruido, que estábamos por llegar. Al sentir como la camioneta se iba parando sentí que mi corazón se aceleraba, incluso pensé que esos latidos se escucharían hasta afuera. El conductor se detuvo totalmente y se acercó un agente. El conductor tapaba con su brazo puesto en la ventanilla como tratando de ocultar la parte trasera del asiento, yo pude ver de reojo al agente pero él en ningún momento me pudo ver, el conductor le entregó sus documentos, el agente se retiró por unos segundos y se los devolvió, algo le dijo en inglés que yo no entendí y la camioneta se puso en marcha y el conductor me dijo: “Ya estuvo, en el siguiente pueblo te saco de ahí.” Y sí,  llegamos a otro pueblo o ciudad donde se estacionó frente a una tienda y me sacó rápidamente y volvimos a arrancar pero yo ya sentado en el asiento. Viajábamos por una gran autopista y en algún momento vimos las camionetas donde viajaban “mis compañero” aunque a ellos todavía no los sacaban de la parte de atrás del asiento. Yo estaba impresionado por lo que veía. Después de un rato me dijo: allá es Los Ángeles, y podía ver los grandes rascacielos, era una emoción muy grande, es más, ya estaba haciendo planes sin saber lo que me esperaba dentro de esa gran ciudad y sus condados.
La camioneta se paró y entramos en una gran casa, ahí estaba una mujer gorda quien me dio la bienvenida y me dijo que iríamos con mi hermano, así fue, ella sacó de su garaje un mustang y nos fuimos. Todo me parecía un sueño, a lo lejos reconocí a mi hermano parado en una esquina. La señora paró su carro y le dijo: “aquí está su mercancía”. Mi hermano me dio un gran abrazo, teníamos más de doce años que no nos veíamos.
Fue muy emotivo el encuentro, luego caminamos como media cuadra y me invitó a que pasara a una fábrica de ropa, ahí trabajaba él, todo parecía que funcionaba bien. Llegó la hora de la comida, no sé cómo le llamaban ellos, total que en ese rato me presentó a algunos de sus compañeros, luego salimos a la calle donde estaba un vehículo muy bien acondicionado para la venta de alimentos (un food truck), con cocina y todo, ahí comimos y todo me estaba gustando. Como el “apartamento” donde vivía mi hermano estaba muy lejos tendría que esperar a que saliera de trabajar, lo cual me dio tiempo de ver cómo se trabajaba en esa fábrica de ropa y cómo se trataba a los trabajadores que en verdad no era un trato muy agradable, se notaba, se sentía de qué manera discriminaban a la gente los dueños de esa fábrica que eran de Perú. Mi hermano trató de presentarme con uno de ellos pero solo me miró de arriba abajo con una expresión de desprecio, y me dije: esto no está bien.
Como a eso de la cinco de la tarde mi hermano salió de su trabajo y yo junto con él, era hora de ir a casa. Él me dio unas monedas para pagar el autobús y me dijo: solo las hechas en esa maquinita, así lo hice pero el conductor me detuvo y me decía algunas cosas que yo no entendía, mi hermano ya había avanzado hasta casi al final del autobús y yo no sabía que contestarle al conductor. En los escalones, detrás de mí, estaba una muchacha que me dijo que me faltaba algunos centavos, yo le pedí que le dijera que había depositado el importe completo, al subir la muchacha ella depositó su pasaje y ya el conductor me dijo que pasara, bueno eso me dijo la muchacha que él había dicho, me fui pensando muchas cosas antes de llegar al asiento donde se encontraba mi hermano, el solo me dijo aquí la vida no es muy fácil para gente como nosotros.
Cruzamos muchas calles antes de llegar a la casa de mi hermano. Al bajar del autobús caminamos solamente para llegar a su casa, era como un conjunto de departamentos. Al entrar vi que se trataba de un departamento sumamente chico porque todo estaba en el mismo lugar, es decir, la sala también servía de recámara, y en la cocina no cabían dos personas, había también un baño, y eso era todo. Le pregunté que si así había vivido todos los años que estuvo fuera de Durango y me dijo que sí, que con el fin de ahorrar algunos dólares rentaba uno de esos mini departamentos. Me pregunté en mi mente: ¿Dónde está lo que la mayoría de indocumentados dicen: que viven con todas las comodidades. Si tan solo en la sala de mi casa de Durango caben casi dos departamentos?
Muy bien, me dijo mi hermano, aquí no es como en México, aquí si trabajas comes, aquí nadie te dará nada, aquí olvídate de que tus familiares te regalen algo. Aquí tenemos muchos tíos, me dijo, pero olvídate de ellos, ninguno te dará la mano. Esas palabras no me gustaron pero así es allá. Me dijo que él me acomodaría en un trabajo rápidamente ya que en unos días llegarían mi esposa y mi hijo, quienes viajarían de Durango, junto con la esposa de él, que también pasarían de mojados. Al día siguiente mi hermano me llevó a un restaurante de “unos amigos de él” para  saber si había la oportunidad de trabajar ahí. Y sí, me dieron trabajo. El restaurante era de comida peruana y mi trabajo consistía en hacer el aseo y lavar los platos y cubiertos, bueno más bien lavar todo, eso era muy fácil para mí, parecía que estaría bien con ese trabajo. Pero algo me decía que yo no duraría mucho en los Estados Unidos, ya que no me gustaba la idea de que me trataran tan mal, así pasaron algunos días y las demás personas que trabajaban junto conmigo me hacían plática de qué hacía yo en Durango y cosas de esas. Les comenté que estudiaba en el ITD la carrera de ingeniería industrial, y por las tardes trabajaba en lo que podía. Mi hermano sabía que la carrera que estaba estudiando abarcaba la electrónica por lo que se encargó de decirles a sus amigos que si algún aparato tenían descompuesto yo lo podía arreglar, y me fueron trayendo algunos aparatos de audio que me resultó muy fácil repararlos. Todo estaba bien con mi trabajo en el restaurante y con mis con mis extras de reparación.
Transcurrieron los días y mi esposa y mi hijo y la esposa de mi hermano ya estaban en Tijuana esperando pasar. Las mujeres pasarían por la línea con documentos de otras personas, y mi hijo de la misma forma, pero todos separados. Fue un día, ya tarde, cuando nos avisaron que ya estaban por salir para Los Ángeles. Yo estaba preocupado ya que eso de que viajarían por separado no me gustaba. Me angustiaba porque el niño solo tenía un año.
Pasaron las horas y se hizo de noche y no llegaban. Mi hermano me tranquilizaba diciéndome que las personas que traerían a mi familia eran confiables y que llegaría bien. Luego de un rato más llegó el primer carro, ahí venía mi esposa, y lo primero que me preguntó fue que si ya habían llegado con el niño, le dije que no. Después nos saludamos, y solo era cuestión de esperar, decía mi hermano. Luego llegó el segundo carro, yo ansiaba que fuera el que traía a mi hijo pero no fue así, era mi cuñada, en ese momento mi hermano le preguntó al conductor por el tercer carro, él le contestó que ya debería de estar aquí, salió primero que nosotros. Al escuchar eso un escalofrió recorrió toda mi espalda y sudaba a más no poder. No deben de tardar, decía el conductor del segundo carro, luego se retiró. Pasó más de una hora y del tercer carro ni sus luces. Nuevamente sentía que estaba viviendo una pesadilla, mi hijo no aparecía. Mi hermano decidió hablarle por teléfono a la persona con quien se hicieron los arreglos de “la pasada”, era la misma mujer gorda que me había transportado. A mí eso me tranquilizó un poco, la mujer gorda se veía buena persona. Esa persona le dijo a mi hermano: “ya están por llegar, me hablaron de Santa Ana, que tuvieron un contratiempo”. Mi ansiedad no tenía límites, veía luces de algún carro y me esperanzaba, pero ninguno era. Hasta que dio vuelta un carro que yo veía que venía muy despacio, como buscando el número de la casa. Ese era, ese traía a mi niño que nos entregaron sano y salvo. Es inevitable no revivir los sentimientos al relatar esto —quien tiene hijos sabe muy bien que uno muere cien veces cerca o lejos de ellos—, hoy pienso que ni por todo el dinero de mundo, ni por todo el oro de esa nación, volvería a poner en riesgo la vida de mi hijo, exponerlo a que me lo roben y tampoco a exponer la integridad de mi esposa, ni mi propia vida, solo por la ilusión de una vida mejor.
Yo regresé unos meses después a mi tierra, decepcionado de un mundo de sufrimiento, discriminación, de explotación. Para pasar gasté más de quince mil dólares que bien me hubieran servido para iniciar un negocio en mi tierra, Hace mucho tiempo regresé y terminé mis estudios. Hoy en día viajo a los Estados Unidos a visitar a familiares, viajo de manera legal porque con mis estudios fácilmente me dieron la visa, porque ahora solo voy de vacaciones.  Aunque sigo sintiendo esa misma discriminación, será por el color de mi piel o por los nopales de mi México, no sé por qué será. La historia es muy larga y he omitido muchos detalles por no decir que tan mal lo tratan a uno por allá. Por eso, para mí, como México no hay dos.