martes, 2 de diciembre de 2014

Duranguenses desde el otro lado



  • Dicen que acá es muy bonito.
  • Todo mundo le cuenta a uno de lo bonito que es aquí, y esto y lo otro, pero nunca te dicen lo que sufren desde que salen de su tierra. Bueno, esto es muy bonito, no voy a decir que no lo sea, pero con dinero. Cuando uno está allá en su rancho, siempre tiene esa tentación y esa necesidad del norte, el norte.
  •      Era la madrugada de un sábado de febrero y esperamos la “ruta” por el puente, no subimos a la troca de redilas y dejamos el rancho. Ya amaneciendo nomás veíamos los campos muy tristes, requemados porque hacía varios años que no caía ni un solo aguacero, puras lloviznitas. Pasamos cerros y valles secos, arroyos que no llevaban agua, nomás arena; y ríos que parecían huellas de babosas de tan poquita agua que traían; la presa del Palmito se veía como un charcote.
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    Muro fronterizo en el estado de California
     Los cinco llegamos al Palmito, luego en un camioncito a la carretera en el cruce del 120 y allí nos apeamos. Luego subimos a un camión que nos llevó directo hasta Torreón. Ya tardecito nos comimos el lonche que nos habían preparado las mujeres. Después nos subimos a otro autobús que nos llevó hasta Ciudad Acuña. Era de noche y estaba muy oscuro, muy oscuro. A los cinco nos habían dicho que debíamos ir muy serios. Recuerdo que alguien rezaba en el autobús. Yo pensaba en lo que me habían dicho de que íbamos a viajar a lo tonto: Sí, los campesinos queremos a toda costa viajar a lo tonto para trabajar y darle de comer a nuestras familias, y por eso nos vamos a las ciudades y al extranjero y dejamos a nuestros pueblos solos. Recuerdo que yo miraba por la ventanilla, pero solo bultos negros veía y pensaba en mi familia, sobre todo en mi mamá. Me acuerdo muy bien de eso y de que sentía miedo, y luego de unas luces, de unas lucecitas a lo lejos. Ésta fue mi primera impresión del cuando venía para “el otro lado”.
  •      Llegando a Ciudad Acuña nos fuimos a la plaza. Allí nos encontramos con el hombre (el coyote) que nos iba a llevar hasta Atlanta, a ese lo habíamos conocido meses antes en Torreón y fue cuando nos propuso pasarnos al otro lado y llevarnos hasta Atlanta y que nos cobraba dos mil dólares por cabeza, el trato fue que le pagáramos la mitad primero y la otra mitad cuando llegáramos. Éramos cinco. Cruzamos el río en la noche, y lo pasamos muy mal porque el agua estaba muy fría y nos cubría la cabeza. Salimos del otro lado y empezamos a caminar. Caminamos y caminamos más de siete días, más de noche que de día para que no nos encontrara la “migra”, durante toda una semana. No sabíamos por donde andábamos y eso nos desesperaba, aunque el pollero sí sabía muy bien el camino. El paisaje a ratos se parecía al de nuestra tierra pero yo creo que con más víboras. Veíamos los cerros a lo lejos, y como en una película de Pedro Infante nos preguntábamos: “¿Qué habrá detrás de ese horizonte?”, y como en la misma película nos contestábamos. “Pues otro horizonte”. Luego nos reíamos y seguíamos caminando. El frío de la noche se sentía menos porque caminábamos aprisa, si no allí nos hubiéramos quedado tiesos. Divisábamos ranchos muy bonitos, con árboles, vacas, caballos y agua, y nos daba envidia y coraje. A veces descansábamos sentados alrededor de una lumbradita, pero no de noche, y comíamos, nos contábamos cuentos y
    fumábamos nuestros cigarros.
    Desierto en el estado de Arizona
  •      Nosotros comíamos latas de atún,  de sardina y de frijoles, que habíamos comprado en Ciudad Acuña, pero sin tortillas. Bebíamos, le diré, agua de los aguajes en donde beben las vacas y los borregos, no había de otra. Dormíamos entumidos y nos tapábamos con bolsas de plástico, de esas para la basura.
  •      Íbamos por el monte pero de vez en cuando divisábamos la carretera, no la perdíamos de vista. A mí se me ocurrió que todos aquellos ranchos y carreteras, un día iban a ser mexicanos porque estaban en una tierra que había sido nuestra. ¡Qué esperanzas! A lo mejor eran el frío de las noches, el hambre y el sol del mediodía los que me hacía desvariar. Pero qué tal si sí.
  •      Después de siete días de puro caminar, llegamos a un puente y debajo de ese puente nos sentamos a esperar. Llegó una camioneta con un remolque para caballos y nos subimos los cinco en el remolque y todos nos acostamos en el piso, cada que el remolque saltaba, saltábamos todos golpeándonos contra el piso y clavándonos entre nosotros. Viajamos así como seis horas.
  •      Lo siguiente que recuerdo es que estábamos sentados en un patio que tenía cuartos a todo su alrededor, ahí había muchos como nosotros. Era ya casi de tarde y todos, mis amigos y yo, estábamos muy callados. Nos arrecholaron en un cuarto, y al día siguiente a encontrar trabajo. Yo tuve mucha suerte porque me consiguieron un jale de carpintero (de eso sí sé) en la construcción de casas (porque acá hacen muchas casas de madera)  en las afueras de Atlanta. Mis amigos se acomodaron en donde encontraron trabajo. Entre todos rentamos una casita, y entre todos nos cooperábamos para todo, estábamos bien porque casi no nos veíamos, que si no... El trabajo de carpintero en la construcción de casas me duró como un año, luego me invitaron a seguir trabajando aunque ya en la ciudad, pero la constructora me pedía papeles para poder trabajar en la city porque en la ciudad está todo más vigilado y no se puede andar de ilegal. Tuve que viajar más al norte, a Illinois, y vine a parar en Aurora en donde encontré otros paisanos y otro trabajo, pero ese es otro cuento que luego les platicaré.

  • Ganan el güero y el pollero (corrido)
  • Cruzan y cruzan braceros / en verano y primavera: / cruzan y cruzan braceros. / Gana el güero y el pollero / y a mí no me queda nada: / y a mí no me queda nada / gana el güero y el pollero. / Pero yo sigo cruzando/ porque allá tengo trabajo, / porque allá tengo trabajo, / por eso sigo cruzando. / Voy y vengo, vengo y voy / buscando pan pa’ mis hijos / Buscando pan pa’ mis hijos / voy y vengo, vengo y voy.
  • Magdaleno Rosales

                                                                                                       Autor: A.H.P




lunes, 1 de diciembre de 2014

San Francisco de Ocotán

La localidad de San Francisco de Ocotán está situado en el Municipio de Mezquital, en el Estado de Durango. Tiene 233 habitantes. San Francisco de Ocotán está a 2040 metros de altitud.
Foto donada por: Ricardo Vázquez Amparán

El Huehuento

A tan solo diez minutos a sur de San Miguel de Cruces se localiza el Huehuento, rancho familiar con grandes bajíos que sirven para pastizales del ganado, y que en tiempos de lluvias ofrecen un expendido paisaje.

San Miguel de Cruces

Enclavado en la Sierra Madre Occidental, en el municipio de San Dimas, Durango,  se encuentra San Miguel de Cruces, un pueblo que tuvo mucho auge maderero por tres décadas  siendo una de las regiones productoras de madera y triplay mas grandes del país.

Paisajes de Peñón Blanco

El municipio de Peñón Blanco es donde existen los limites de la región de los llanos y la región del semidesierto
Foto donada por: Ricardo Vázquez Amparán